martes, 18 de mayo de 2010

Las dos amigas cruzaron la calle y charlando alegremente entraron en el edificio de la universalidad. La universalidad de periodismo era enorme y estaba llena de gente. Los exámenes finales eran esa semana. El estrés se sentía en el aire. Había jóvenes estudiando por todas partes. Eva y Ruth ocuparon un lugar en un banco vacío y se sentaron a esperar a sus demás amigas. Ya casi era la hora. Eva sacó de nuevo su libro y se puso a repasar los medios de comunicación, mientras que Ruth comprobaba si tenía varios boligrafos azules por si acaso uno de ellos se gastaba en mitad del exámen.

- Hola chicas-dijo una voz. Las dos amigas se sobresaltaron y a la vez miraron hacia la dirección de la voz, no tardando demasiado en encontrar su procedencia. Justo en el banco de enfrente al que ellas ocupaban estaba Raquel, otra de sus amigas y la dueña de aquel saludo, la cual al ver que la habían visto, se acercó corriendo hasta ellas. Raquel era pequeñita y muy menuda. Tenía el pelo recogido en dos saltarinas trenzas que se movían al compás de su carrera. Eva miró su viceroy. Ya era la hora. Las puertas se abrieron y la gente que allí había se avalanzó hacia la entrada como si de una estampida se tratase, intentando coger el mejor sitio. Las tres amigas se miraron, cogieron sus cosas y se unieron a la multitud. El último en entrar fue el profesor.

- Buenos días señores- saludó este último al tiempo que ocupaba su asiento.- Por favor guarden sus libros y apuntes y dejen tan solo sobre la mesa un boligrafo- anunció el profesor. A continuación, empezó a repartir unos folios en blanco y otros con preguntas. -Mucha mierda chicas- susurró Ruth a sus amigas en cuanto el profesor se dió la vuelta. Un coro de toses y el sonido de un móvil lejano tapo su susurro. - Por favor silencio. No quiero oir ni una palabra. Estamos en un exámen- bramó el profesor como respuesta a aquellos ruidos. Las tres amigas intercambiaron una mirada de complicidad y se concetraron en el ejercicio.


Mario se paró en un escaparate lleno de comida.- ¡Qué buena pinta tiene eso!-dijo relamiéndose al tiempo que miraba todo tipo de dulces. Se le hacía la boca agua al ver todas aquellas delicias juntas. Su estómago rugió. Estaba hambriento. Miró el reloj. Era mediodía. Su estomágo era su mejor reloj, no fallaba nunca. Sacó el billetero rezando por tener suficiente dinero y contó las monedas que le quedaban. Unos diez euros. No estaba mal. Con eso era suficiente. Entró sin pensarselo dos veces. Diez minutos después estaba devorando un bollo de chocolate y crema, sentado no muy lejos de la entrada. Entonces de nuevo volvió a pensar en ella. En cómo el viento se empeñaba en tapar sus lindos ojos y en la gracia con la que ella se colocaba el travieso flequillo detrás de las orejas. Una sonrisa iluminó su rostro al tiempo que tomaba un sorbó de aquel capuccino. Su nombre era Eva. Ojalá volviera a verla pronto.

El timbre sonó poniendo fin al exámen. Eva dejó el bolígrafo azul sobre la mesa y entregó su exámen. No le había resultado díficil. Había estudiado muchísimo.
-Muy bien. Esta semana se publicarán los resultados-anunció la voz del profesor, al tiempo que recogía los exámenes.- Como saben, aquellos que no aprueben tienen otra oportunidad dentro de quince días. Les deseo mucha suerte a todos en sus prácticas- añadió a continuación.
Poco después la clase se fue quedando vacía. Apoyada en la pared del pasillo, Eva esperaba a que salieran sus amigas. Siempre eran las últimas. Y mientras esperaba, volvió a pensar en Mario. No sabía nada de él. Parecía un chico muy misterioso. Bueno algo si sabía, sabía que era guapísimo. Una sonrisa iluminó su rostro con este último pensamiento.
- Hola Eva-dijo en aquel momento una voz. Eva levantó los ojos y vió a una chica castaña a su lado. Era Yolanda. Tan ensimismada estaba pensando en Mario que no la había oído llegar.- ¿Qué tal Yoli?- saludó. Yoli había sido su mejor amiga. Lo compartían todo. Iban juntas a todas partes. Pero hacía un tiempo que eso había cambiado. Yolanda empezó a salir con un chico de clase y había dejado de ir con ellas. Ahora estaba siempre con su novio. Eva la observó por un momento. Yolanda estaba triste. Sus ojos claros lucían apagados. No había ni rastro de su habitual sonrisa, aquella que tantas veces había oído. Eva se dió cuenta de que algo no iba bien y decidió averiguarlo.-Yolanda-le habló. ¿Va todo bien?- preguntó. Yolanda la miró como respuesta y a continuación la abrazó y empezó a llorar. Estaba temblando. Eva la recomfortó entre sus brazos, sin percatarse del grupo de personas que había empezado a formarse a su alrededor y que curiosas las miraban, incluidas Raquel y Ruth que acababan de salir.

1 comentario:

  1. hola!!

    se nota q te gusta mucho escribir!!...
    pues, no pares de hacerlo,
    la historia va muy bien :)
    saludoss!!!

    ResponderEliminar