lunes, 24 de mayo de 2010

Abandonada en un triste cajón de la cómoda, encontró aquella última carta. Yacía envuelta por el polvo, casi consumida en el ovido. Era la última carta que había recibido. La ultima que su novia le había escrito, y no porque no le quisiera, pero el destino le había jugado una mala pasada. La había quitado de su vida sin razón aparente. Mario guardó la carta incapaz de volver a leerla, incapaz de volver a revivir todo aquel dolor. Aquel instante perduraría por siempre en su memoria. Su última conversación. Su dulce voz quedó silenciada para siempre aquella misma noche. Una noche que nunca olvidaría. Como cada noche, aquella, Mario había llamado a Laura. Aquella noche la notó rara y al oirla hablar vio que estaba llorando, incluso notó que llevaba horas haciendolo. Otra vez había sucedido. Había vuelto a discutir con sus padres. La notó agitada, violenta y se quedó preocupado cuando ella le dijo que tenía que salir pero que luego hablaban. Nunca volvió a oirla. Ella no le llamó y él preocupado, llamó a su casa. Entonces se enteró de todo. Un accidente mortal se había cruzado en su destino y se la había arrebatado. Cegada por la rabia y la desolación Laura no vio la curva y cuando la vio ya era demasiado tarde. Se salió de la carretera. El coche dio tres o cuatro vueltas antes de aterrizar de nuevo en el suelo y ella salió despedida. Así había terminado su historia. Mario lo había vuelto a recordar y mientras así lo hacía, las lágrimas surcaron su rostro una vez más.

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